CAPÍTULO DOS

Aquel caserón abandonado, siempre les había intrigado. En el pueblo decían que estaba encantada y que tenía fantasmas, pero ni Ana ni Javi lo creían, en cambio Nani y Pedro decían que si, que estaba embrujada, Nani aún decía más, decía que ella había visto como una ventana del primer piso se abría sola; pero los demás no la creían, Nani era muy fantasiosa.
Desde la parte de atrás de la casa de los abuelos se veía el caserón abandonado. Tenía un jardín que aunque no era muy grande, tampoco era pequeño, tenía algunos árboles y arbustos pero como hacía años que estaba abandonado, las zarzas y las malas hierbas se habías adueñado de todo. En un rincón del jardín, en la parte derecha, había un pequeño cenador cuadrado al que se llegaba por unos escalones, tenía todo el techo cubierto de lilas que aún y todo estando en estado salvaje conservaba todo su esplendor. A Ana le gustaba mucho aquel sitio, decía siempre que daría cualquier cosa por cenar allí alguna vez.
La verja del jardín era muy alta, pero como tenía barrotes se podía ver el interior. Tenía un grueso y herrumbroso candado.
Cada vez que se veían por vacaciones, tanto Ana como su hermano Pedro, su prima Nani y su amigo Javi, tenían el mismo tema de conversación.
-Si pudiésemos entrar en la casa –decía Javi.
-Yo no entro ahí ni que me lleven a rastras Aquel caserón abandonado, siempre les había intrigado. En el pueblo decían que estaba encantada y que tenía fantasmas, pero ni Ana ni Javi lo creían, en cambio Nani y Pedro decían que si, que estaba embrujada, Nani aún decía más, decía que ella había visto como una ventana del primer piso se abría sola; pero los demás no la creían, Nani era muy fantasiosa.
Desde la parte de atrás de la casa de los abuelos se veía el caserón abandonado. Tenía un jardín que aunque no era muy grande, tampoco era pequeño, tenía algunos árboles y arbustos pero como hacía años que estaba abandonado, las zarzas y las malas hierbas se habías adueñado de todo. En un rincón del jardín, en la parte derecha, había un pequeño cenador cuadrado al que se llegaba por unos escalones, tenía todo el techo cubierto de lilas que aún y todo estando en estado salvaje conservaba todo su esplendor. A Ana le gustaba mucho aquel sitio, decía siempre que daría cualquier cosa por cenar allí alguna vez.
La verja del jardín era muy alta, pero como tenía barrotes se podía ver el interior. Tenía un grueso y herrumbroso candado.
Cada vez que se veían por vacaciones, tanto Ana como su hermano Pedro, su prima Nani y su amigo Javi, tenían el mismo tema de conversación.
-Si pudiésemos entrar en la casa –decía Javi.
-Yo no entro ahí ni que me lleven a rastras -Chillaba Nani– está embrujada, todos en el pueblo lo dicen.
-No seas tonta, si algún día entramos en la casa yo te protegeré –le contestaba Pedro poniéndose de puntillas para parecer más alto.
-A mi también me gustaría entrar, tiene que ser una casa muy bonita, pero lo que más me gustaría es saber cosas de las personas que vivieron en ella. Oye podríamos preguntar al abuelo a ver si él sabe algo, o al señor Juan el antiguo cartero, él es muy viejo y siempre ha vivido en el pueblo.
Esta idea les encantó a todos y se apresuraron a hacer planes para conocer algo más de la casa que tanto despertaba su imaginación.
-Vale muy buena idea, vosotros le preguntáis a vuestro abuelo y yo le preguntaré al señor Juan. Y ahora a bañarnos que hace mucho calor.
-Tonto el último –y diciendo esto Pedro echó a correr hacia la playa.
Por la tarde los tres chiquillos acorralaron a su abuelo en el porche para ver si podían averiguar lo que tanto les interesaba.
-Abuelito cuéntanos algo de la gente que vivió en la casa abandonada ¿por qué dice la gente que está embrujada?
-Cuando yo era pequeño en el pueblo ya se hablaba de la casa y de su dueña y ya se decía que la casa estaba embrujada.
-Abuelito –le interrumpió Pedro– ¿verdad que existen los fantasmas? Anda díselo a la tonta de mi hermana, que dice que no existen.
-Si abuelo díselo tú que a mi tampoco me cree cuando le digo que he visto abrirse la ventana de la casa sola.
El abuelo los miró a todos sonriendo y se dispuso a tomarles el pelo, así que engoló la voz, una voz que él creía que era fantasmal y les dijo:
-Si, los fantasmas existen, yo os podría contar historias que os pondrían los pelos de punta, si queréis os cuento la historia del pastor que llevaba su rebaño a pastar cerca de esa casa, fue algo espantoso, terrible.
Los chicos le miraban fascinados
-Abuelo estás de broma, no sigas que luego Pedro no nos dejará dormir y se querrá pasar a mi cama.
-¡Tonta! Yo no tengo miedo. Cuenta abuelo cuenta –contestó Pedro acercándose algo más a su hermana.
-No sé, no sé... Como luego no durmáis no será por culpa mía ¿eh?
-Te prometo que dormiré toda la noche.
-Bueno está bien. Dicen que había un pastor que siempre apacentaba su rebaño en los terrenos que había cerca de la casa. Un día se le escapó un corderito y se metió en el jardín de la casa y el pastor fue a buscarlo. Cuando lo encontró estaba ya oscureciendo, lo cogió y se dio prisa en volver al redil. En su escapada el corderito se había lastimado una patita, así que decidió echárselo por los hombros. Por el camino se hizo completamente de noche, y por cierto que era una noche muy oscura, sin luna. El pastor para entretenerse y también para quitarse el miedo que tenía, iba hablando con el corderito. «Eres una ovejita muy mala, mira que escaparte ¿no ves que eres muy pequeña y no debes ir sola? ¿Dime que hacías en ese jardín?»
El abuelo hizo una pausa y los miró. No se podía quejar de su auditorio, todos estaban atentos mirándolo con los ojos como platos, así que reanudó su relato.
De repente el pastor notó el aliento de la ovejita y se quedó petrificado, no se podía creer lo que estaba oyendo, la ovejita se estaba riendo. El pastor volvió su cabeza para mirarla y casi se volvió loco por el terror, pues la cara de la oveja era una calavera que se reía y que le decía: ja, ja, ja ¡soy la muerte que vengo a buscarte!
Pedrito dio un salto y se agarró a su hermana. El abuelo se reía y Ana riendo también le dijo: abuelo como eres, mira lo que has hecho, mira la cara que tienen los dos, ahora si que no podrán dormir nunca más, porque si se duermen la oveja puede venir a buscarlos.
-Si, tú ríete, pero esta noche todos dormiremos en tu cama –le contestó su prima.
-Abuelo ahora de verdad dinos algo sobre las personas que vivían en la casa.
-Yo solo os puedo contar lo que me dijo mi madre y las habladurías del pueblo.
-¡Fantástico! Eso es lo que queremos saber.
-No sé porque tenéis tanto interés, pero en fin. Por lo que yo sé, los habitantes de esa casa no fueron muy felices. Vivía una viuda joven con su hijita de cinco o seis años, no sé exactamente lo que pasó, pero el caso es que la madre tuvo un accidente o se puso enferma y murió, entonces para cuidar de la niña vinieron una hermana de la madre con su marido, o vivían ya en la casa no lo sé.
-Y ya está ¿es eso todo? -dijo Nani con la desilusión pintada en su cara.
-Nani hija mía, no sé que quieres que te cuente, eso es todo lo que yo sé.
-Pues vaya historia de fantasmas, si no da miedo ni nada, ¡vaya rollo! yo creía que habían descuartizado a alguien ahí dentro. Si no pasó nada ¿por qué dicen en el pueblo que está embrujada? –dijo Pedro que por lo visto sólo asociaba a los fantasmas con las historias sanguinarias.
-Mira Pedrito, en los pueblos, cuando una casa está deshabitada tanto tiempo, dicen que está embrujada y se inventan historias de fantasmas.
-Abuelo ¿que fue de la niña? ¿No sabes nada más sobre ella? –preguntó Ana con curiosidad.
-No sé mucho más Ana, creo que no fue una niña muy feliz, pues se decía que no salía a la calle, ni jugaba con otras niñas, era una niña solitaria. Bueno vamos a comer –dijo el abuelo poniéndose en pie– que si no la abuela se enfadará, hace ya rato que nos está llamando.

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