CAPÍTULO OCHO

La abuela Lola sacó un pañuelo de su bolsillo y se enjugó las lágrimas que caían por sus mejillas.
-Perdonad, pero me he emocionado al saber lo del diario y me alegra el pensar que yo pude ser un consuelo para Catalina. Para mi ella también fue una gran amiga, nunca he tenido otra como ella.
-Cuéntale a la abuela lo que te pasó en la casa Ana –le interrumpió Pedro impaciente como siempre.
-¿Es qué aún hay algo que no me habéis contado?
Ana le relató el episodio de lo que había visto en el jardín.
-¿De verdad viste eso? –le preguntó la anciana– Explícamelo con un poco más de detalles.
-La niña rubia iba peinada con trenzas y recuerdo que me fijé en los lazos que llevaba porque eran de la misma tela que su blusa, eran de una tela muy bonita de brillo a cuadros rojos y negros con una rayita blanca. Estaban merendando pan con chocolate y bebían leche, también recuerdo que había un pastel encima de la mesa era un pastel de manzana; también me llamó la atención un jarrón pequeño de porcelana muy bonito que contenía margaritas.
La anciana se quedó mirándola un poco asustada y le dijo con voz temblorosa por la emoción.
-Éramos Catalina y yo, aún recuerdo la blusa y los lazos que has descrito, me la hizo mi madre con un trozo de tela que le sobró de un vestido que le hizo a una señora y que la señora se lo regaló para mí. Esperad un momento. –Se levantó con bastante esfuerzo de la mecedora en la que estaba sentada y se metió en la casa. Al volver traía en las manos un objeto pequeño. Al verlo Ana palideció.
-¿Es este el jarrón que viste? –Le preguntó la abuela. Ana apenas podía hablar y afirmó con la cabeza– Este jarrón me lo regaló Catalina aquella misma tarde y yo lo guardo como un tesoro. Me habéis dicho que no terminasteis de leer el diario ¿no? –Sin esperar la respuesta la anciana continuó hablando– Creo que Catalina quiere deciros algo, debéis de terminar de leer el diario es importante.
-¿De qué murió Catalina abuela? –Le preguntó Javi
-Se suicidó, se tomó unas gotas que tenía su tía para dormir. Al día siguiente la encontraron en su cama, muerta.
-¿Cuantos años tenía cuando murió?
-Hacía unos días que había cumplido quince –contestó la abuela con voz llorosa.
-Por eso había tan pocas hojas escritas en el diario –dijo Ana.
-Me tenéis que prometer que vendréis a verme y me contaréis más cosas. Me habéis hecho muy feliz al hacerme saber que Catalina me tenía tanto cariño y que yo pude servirle de consuelo. Ahora estoy muy emocionada y un poco cansada, volver otro día.
Se despidieron de la anciana. Todos sentían la misma emoción que la abuela Lola y se fueron para sus casas un poco tristes.

Dos días habían pasado desde que ocurrieron los hechos anteriores y aún no habían vuelto a la casa, era como si temieran que lo que había pasado se volviera a repetir. Se veían cada día, como siempre, jugaban, nadaban, hasta la noche anterior fueron al cine, pero ninguno hablaba del diario, ni de ir a la casa. Ahora estaban sentados en el patio merendando. Pedro estaba subido en el muro, era su sitio favorito para sentarse, decía que desde allí lo dominaba todo.
-¡Mirar! Otra vez el gato. –Todos se levantaron de golpe y se asomaron por encima de la tapia; vieron que el gato estaba allí, sentado en los escalones que conducían a al casa, la postura ya les era familiar, les estaba invitando a seguirles.
-El gato quiere que vayamos –dijo Nani un poco asustada– Pero yo esta vez no voy ¡Ni hablar! Yo no vuelvo a entrar en esa casa.
-Debemos de ir Nani, recuerda lo que nos dijo la abuela Lola, debemos de terminar de leer el diario –le explicó Ana tratando de convencerla.
Entraron en la casa detrás del gato, que parecía que les invitaba a seguirles como las veces anteriores; una vez que estuvieron sentados Ana continuó con la lectura del diario.

Hoy tengo una sensación rara, como si tuviera que pasar algún desastre. Por si alguna vez me ocurre alguna desgracia, voy a dejar escrito en mi diario mi última voluntad. Quiero que todas mis cosas, las que tengo en la caja de cartón, que está guardada en el armario pequeño, sean para Lola. Como este diario también estará guardado en la caja, le he dicho a mi tía cual es mi deseo para que lo cumpla.
Ahora voy a intentar no pensar en cosas tristes.
¡Que listo es mi gato! Parece que sabe que mi tía no tiene que enterarse que está aquí. Ayer lo tenía en mi regazo y de pronto saltó al suelo y se escondió debajo de la cama, yo no entendía lo que le pasaba, pero al momento de haberse escondido entró mi tía en la habitación sin que yo la esperase, yo ni la había oído, pero Rubito si que la oyó por eso se comportó así ¡Que gato más listo! Y que gracioso es, todo rubio y con esa mancha negra en la punta del rabo.

Al leer esto Ana dio un respingo y miró a los demás, todos estaban igual de asombrados.
-¡No os lo dije, os dije que era un gato fantasma! –Chilló Pedro.
-La verdad es que no es muy corriente, ni hay muchos gatos rubios con una mancha negra en la punta de la cola –dijo Javi.
-Por eso no lo podemos coger y cuando él aparece, la verja está abierta, porque es un gato fantasma –dijo Nani castañeteándole los dientes.
-Todo esto es muy extraño –respondió Ana, intentando hablar con voz tranquila, pero sin conseguirlo mucho– Pero no debemos dejar llevarnos por la histeria. Hemos leído en el diario que Catalina quería que todas las cosas de la caja fueran para la abuela Lola ¿Que os parece si lo cogemos todo y se lo llevamos a ella y terminamos de leer el diario en su casa? Así no tendríamos que venir más por aquí.
Todos estuvieron de acuerdo con la propuesta de Ana, lo recogieron todo, cerraron los postigos y salieron corriendo de la casa.

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